La videovigilancia se ha convertido en un gran aliado de la seguridad. No obstante, su utilidad va en aumento si lo combinamos con las grandes posibilidades que ofrece la evolución de la tecnología.
Una de las posibilidades ofrecidas por esa tecnología es la de la videovigilancia IP, que permite la supervisión local o remota de imágenes y audio así como el tratamiento digital de las imágenes, para aplicaciones como el reconocimiento facial o de matrículas, entre otras.
La videovigilancia IP utiliza el mismo cableado que la comunicación de datos, el acceso a Internet o el correo electrónico, por lo que no requiere de cables adicionales y es más sencillo de instalar que otra soluciones.
Además, en los últimos años se están alcanzando grandes capacidades, como la alta resolución de imagen que ofrecen las cámaras megapixel (1,3 megapíxeles), la inclusión de sistemas de inteligencia para el tratamiento de video y gestión de eventos o contadores digitales.
La videovigilancia también permite, por ejemplo, capturar vídeo y almacenarlo a pocos frames por segundo o activar la grabación de vídeo solo por franjas horarias o cuando se detecten movimientos.
El uso más común de esta solución es la detección de intrusiones en espacios, cerrados o abiertos así como el control de hurtos y robos en tiendas y almacenes. Esto se debe, entre otras razones, a que la alta resolución de las imágenes permite distinguir tanto las mercancías de un determinado almacén como las personas que la manejan.
Además, la evolución de las prestaciones del software ha posibilitado el control de accesos, tanto de personas como de vehículos; o el control de procesos en cadenas de montaje, reforzando la prevención de riesgos laborales.
Asimismo, la videovigilancia IP permite captar vídeo y audio y enviarlo a través de la red a cualquier dispositivo. Además, la convergencia de voz y datos sobre una misma red hace posible la comunicación entre quienes detectan la incidencia y quienes la resuelven.